Columna marzo 2005 Sin duda uno de los problemas de habitar la ciudad y a la vez vivir inmersos en una sociedad construida con múltiples aristas, es el como se dan cabida a los diversos modos de expresión de los distintos grupos pertenecientes a dicha sociedad.
Una de las expresiones mas violentas, creo, es la aparición de rayados o los graffiti en la mayoría de las paredes y planos expuestos en la ciudad.
Ahora bien, converjamos que las medidas que se han tomado para solucionar dicho problema están orientadas a cortarle los brazos a una práctica que a modo de pulpo, posee la capacidad de usar otras vías para cumplir sus propósitos. En estados Unidos por ejemplo se prohibió la venta de pintura en aerosol a los menores de dieciocho años, una medida pobre y sin mayor profundidad. A modo de analogía se puede comentar que no es raro ver, los fines de semana, jóvenes de quince o dieciséis años borrachos en la calle. Se habla también de hacer más riguroso el control policial en las calles para que dichos grupos no lleven a cabo su actuar. Sin embargo se sabe que la noche ofrece una oportunidad donde el cuerpo se vuelve sombra y el acto en sí de rayar en sí no posee una demora de más allá de un par de segundos, y es que en este acto aparece una mano presta que se ase de un elemento que queda en su medida y la del brazo, y en un peso que lo vuelve ágil al esconderse, más aún, el elemento permanece inerte y sin miedo a derramar en la mochila o el bolsillo.
Es decir, es iluso pensar una medida que nazca del pretender controlar un tiempo donde se genera el acto y más inútil resulta el querer eliminar la venta de los aerosoles puesto que el acceso a ellos certeramente es indomable.
El problema desde mi punto de vista no es el pintor con su bastidor y atril en frente, sino de cuan capaz es este formato de contener el acto de expresión.
Puedo dar fe, intuitiva por cierto, que no hay nada más preciado y seductor para un grafitero, que una muralla blanca, de cemento o textura lisa, alta, sin imperfecciones, casi hecha con el cuidado del fabricante de bastidores para pintura. El punto es que, debido a la estructura de planos que presenta la ciudad, se vuelve plenamente sugerente para estos sujetos.
Podríamos entonces resumir dos cosas desde mi punto de vista, trascendentes.
La primera tiene que ver con un formato expuesto, libre en la ciudad que esconde siempre la mirada del que está en un dentro, aparece un límite visual que deja ciego a quien quiere cuidar su propiedad y la pared entonces se expone cual amante, seductora, nocturna, entregada a un desconocido que viene a conquistarla. Más aún, vestida de un radiante blanco o color liso depila de imperfecciones. Esa es la segunda arista, el formato que le pertenece tanto a la ciudad como a esa motivación casi erótica que despierta en el grafitero.
Ahora bien, de lo descrito anteriormente aparecen varios temas, discutibles sin duda, como lo lumínico por ejemplo. Vemos que esta instancia parece en la noche, con una penumbra dominante, más oscura aún con los árboles que continúan en la noche dando sombra a una luz artificial. Imagínense a modo de solución y en un primer arrojo, una pared de luz, delatora por cierto para quien se acerque, pero una solución errónea creo yo, sería aún más seductor plasmar una gráfica y que esta quede expuesta a contraluz, por un tema de seguridad, la traslucidse también queda descartada.
Personalmente creo que una solución podría darse o aparecer en una observación acabada del que es lo que no se raya en la ciudad. Acotémonos eso sí a ciertos parámetros, la altura por ejemplo, la accesibilidad del cuerpo, la mayor extensión del brazo de quien raya, es el límite en altura.
Los árboles no se rayan... sería necesario que la ciudad estuviese construida en límites naturales, Pero aunque suene una tontera decir que los árboles o arbustos no se dañan de esta forma, aparece algo interesante con las texturas, con la diferencia de planos, la distancia entre ellos, es un formato que no contiene, que se fragmenta en unos planos de escasa área y por ende no acoge la lectura que se le quiere otorgar. Es decir, acoge a la pintura en sí, pero no guarda la lectura.
Interesante también de observar es que una pared hecha exclusivamente de arbustos o algún tipo de planta podría ofrecer el mismo espesor que una pared maciza y conservar una altura mayor a la del límite visual sobre el que se hace juicio entre una muralla de casa y la de una cárcel.
A primera vista es una solución viable, excepto si no te gusta el color verde.